Seleccionar página

Seguro que muchos os sentís reflejados con la siguiente situación: se te ocurre una idea, le das un par de vueltas y te pones manos a la obra. Al rato de empezar se te ocurre una mejora para la parte que estás desarrollando pero todavía quedan muchas más partes por hacer. ¿Sigo? ¿Mejoro lo que ya tengo?

Tanto en el trabajo como en la parte personal de nuestras vidas he observado (y durante mucho tiempo vivido en primera persona) una cierta tendencia hacía la segunda opción, aunque a día de hoy soy más bien defensor de la primera. Creo que mejorar algo aunque todavía no esté terminado nos lleva en muchas ocasiones a cometer errores.

Imaginemos una situación realista aunque simplificada. Se nos ocurre una idea y vemos que podemos realizarla en 3 pasos. Empezamos con el primero y cuando lo terminamos vemos que el resultado no es como habíamos imaginado, y se nos ocurre una forma de mejorarlo. A primera vista parece que no debería llevarnos demasiado tiempo hacerlo así que nos ponemos manos a la obra.

Nos encontramos un par de problemas por el camino y al final tardamos un poco más de lo que habíamos estimado pero el resultado es algo mejor que la primera versión así que lo justificamos y seguimos adelante. 

Con el segundo paso más de lo mismo, solo que esta vez se nos ocurren dos mejoras y al final invertimos bastante más tiempo y recursos de los planificados. Cuando empezamos con el paso 3 nos damos cuenta que hemos pasado por alto algo importantísimo y que tenemos que rehacer por completo los pasos 1 y 2, habiendo perdido así no solo las mejoras, si no también el tiempo. Si hubiéramos hecho una primera versión completa (aunque imperfecta) de los 3 pasos nos habríamos dado cuenta mucho antes y habríamos minimizado las pérdidas.

Subestimamos la incertidumbre porque a nuestro querido cerebro no le gustan las dudas, y luego vienen los lamentos. ¿Quién lo iba a pensar? Cómo podríamos habernos dado cuenta, ¡era inimaginable! Maldito Murphy… El problema, como ya he comentado por aquí en más de una ocasión, es que el cerebro es fruto de la evolución y no de un plan perfecto de resolución de conflictos y toma de decisiones, y suele cometer con frecuencia ciertos errores (recordar los sesgos cognitivos)

No estamos preparados para pensar que algo puede salir mal si no tenemos una referencia cercana de una situación familiar. Si acabáramos de cometer un error probablemente evaluaríamos la situación de forma muy diferente. Sin embargo el primer paso no solo ha sido exitoso, si no que además se nos ha ocurrido la forma de mejorarlo así que ¡viento en popa! ¿No?

Creo en la mejora continua (o kaizen, como dirían los japoneses) y trato de vivir mi vida siguiendo esa máxima, pero con el tiempo he aprendido que hay que cerrar ciclos. Mejorar procesos inacabados es realmente tentador, pero de nada sirve tener las mejores ruedas si nos falla el motor del coche. Ni tener el mejor motor y unas ruedas que no agarran.

¿Mejora contínua? ¡Si! Pero no te olvides que para mejorar algo, primero tiene que existir ;)