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¿Te la juegas?

Hoy toca hablar un poco más de economía del comportamiento y toma de decisiones. La mayoría de las personas (y las teorías económicas clásicas) parten de la base de que el ser humano es un ser racional. Sin embargo, como dice Dan Ariely, somos predeciblemente irracionales, y leyendo a Daniel Kahneman me he encontrado con un bonito ejemplo bastante ilustrativo de este concepto que quiero compartir con vosotros.

Imaginemos que alguien nos propone un juego con las siguientes probabilidades

50% de ganar 200€
50% de perder 100€
¿Jugarías? Si eres como la mayoría de las personas, no. Aunque el juego sea favorable (igualdad de posibilidades de ganar que de perder, con una posible ganancia que duplica la posible perdida) inconscientemente pensaremos cómo de bien nos sentiríamos con 200€ más, y también cómo de mal nos sentiríamos con 100€ menos. Y lo negativo siempre tiene más peso para nuestro querido cerebro primitivo así que la posible ganancia no compensará la posible pérdida y rechazaremos el riesgo por aversión a la pérdida.

¡No te engañes!

Espera un momento, ¿por qué no? Vale, si, se supone que engañar no está bien. No debemos mentir ni a los demás ni a nosotros mismos pero, ¿es tan malo el engaño? Personalmente quería profundizar un poco en la materia y por eso los dos últimos libros que han pasado por mis manos han sido «Por qué mentimos, en especial a nosotros mismos» de Dan Ariely y «El punto ciego» de Daniel Goleman. Dos puntos de vista diferentes sobre un mismo tema de los que saco una conclusión sencilla y quizá algo incómoda: ¡todos mentimos! Aunque tampoco estoy diciendo nada nuevo, ¿verdad? ;)

¿Por qué lo hacemos? A estas alturas del juego nadie debería sorprenderse si digo que el engaño es, como casi todo lo que hace el cerebro, una herramienta de supervivencia. Distorsionamos la realidad (y lo hacemos directamente a nivel inconsciente) para evitar el dolor, para evitar cualquier cosa que pueda generarnos ansiedad. Y en este proceso tienen mucho que ver las endorfinas, que mitigan el dolor pero reducen la capacidad de atención, y la ACTH (hormona adenocorticotrópica) que tiene un efecto radicalmente opuesto (ambas sustancias se liberan al inicio de cualquier situación estresante). La atención y el dolor están relacionados químicamente. A menos atención, menos dolor. Y por este motivo el cerebro desvía nuestra atención lejos de lo que nos produce dolor.

En un mundo perfecto esta última afirmación no sería muy bien recibida. En el mundo real sin engaño (incluido el autoengaño) la vida sería mucho más difícil. Tanto a nivel personal como a nivel social (trabajo, familia, amigos…). ¿Os imagináis como sería un día en el trabajo si todo el mundo fuese sincero al 100%? ¿Si no pudiéramos darnos esos mensajes de ánimo a nosotros mismos cuando las cosas se ponen feas? Nuestro día a día estaría lleno de conflictos y tendríamos muchos más miedos. Vivir sería aterrador, y agotador.

¡Qué demonios!

Acabo de terminar el último libro de Dan Ariely «Por qué mentimos… en especial a nosotros mismos: La ciencia del engaño puesta al descubierto» y la verdad es que, como siempre, me ha encantado. Un libro, al igual que los dos anteriores, lleno de experimentos que sirven para demostrar nuestra irracionalidad.

Hay muchas cosas que me quedo del libro, pero quería comentar una concreta aquí. Lo que Dan Ariely ha tenido a bien llamar, efecto qué demonios. Con uno de sus experimentos quería comprobar si, una vez que hemos sido deshonestos, nos resulta más fácil seguir siéndolo. Y en efecto así sucedía. ¡Qué demonios! Ya que hemos empezado…

Lo que me gusta de este efecto es su aplicación a otros comportamientos, como por ejemplo la generación de nuevos hábitos o la eliminación de los malos. Estamos dejando de fumar, sentimos un momento de debilidad, nos fumamos un cigarrillo y ¡qué demonios! Acabamos fumándonos un paquete entero. O nos ponemos a dieta y quizá debido al cansancio probamos una pequeña porción de ese pastel tan apetitoso y ¡qué demonios! Acabamos comiéndonos el pastel entero, y probablemente alguna cosa más. Igual que si faltamos un par de días al gimnasio y de repente ese par de días se transforman en un par de semanas sin que nos demos cuenta…