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¿Dónde miras?

Que importante es saber dirigir nuestra mirada hacia el sitio correcto. Cuando empiezas a surfear, por ejemplo, todo el mundo tiene la manía de mirar hacia abajo, hacia la tabla. Supongo que tenemos miedo de que la tabla no esté ahí a la hora de levantarnos. Pero es que incluso una vez en pie, seguimos mirando hacia la tabla. Y así nos va. En lugar de pillar la pared y seguir navegando por la ola, nos hacemos un bonito recto y nos comen las espumas.

Y pasa lo mismo cuando empezamos a hacer snow, o a patinar, o a montar en bici. Incluso cuando estamos aprendiendo a conducir. Recuerdo al profesor de la autoescuela en mis primeras clases tratando de convencerme de no mirar fijamente a los coches aparcados en una calle estrecha, o terminaría chocando con algún retrovisor. Y es que al final, vamos hacia donde miramos. Al menos cuando estamos aprendiendo.

Estoy seguro que todos habéis comprobado esto alguna vez. Y también estoy seguro que habéis comprobado lo siguiente: al cerebro, le pasa lo mismo. Cuando dirigimos nuestros pensamientos hacía algo en concreto es muy difícil cambiar de dirección. Y esto, que puede ser muy útil si se utiliza bien, también puede convertirse en la mayor de nuestras desgracias.

¿Habéis intentado alguna vez olvidar algo? ¡Es dificilísimo! Por muchas veces que te repitas a ti mismo que deberías dejar de pensar en ello, que no te hace ningún bien, no puedes hacerlo. Vueltas, vueltas y más vueltas a lo mismo. No hay salida. No se puede olvidar algo si no dejamos de pensar en ello. Pero hay un pequeño truco que yo utilizo para conseguirlo: si quieres dejar de pensar en algo, ¡piensa en otra cosa! Fácil y sencillo, ¿no?

Voy a tomar prestada una metáfora del libro Tu Empresa Secreta de Carlos Rebate que me gustó mucho por lo bien que explica este concepto de forma muy sencilla. El cerebro es como una cueva sumida en la oscuridad, y nuestros pensamientos son una antorcha. Podemos iluminar con ellos unas u otras zonas, pero no podemos olvidar que solo veremos aquello que iluminemos.

El mar y el cerebro

Quizá porque se acerca el verano, o simplemente porque lleva ya demasiado tiempo en mi cabeza, pero hoy voy a hablaros de surf. Bueno, no exactamente. Más bien de un pequeño símil que se me ocurrió una de las incontables veces que me he quedado absorto mirando al mar, disfrutándolo e intentando comprenderlo mejor para poder sacarle el máximo partido. Más o menos lo mismo que suelo hacer con nuestro querido cerebro, el otro personaje de este pequeño paralelismo.

Las playas tienen cierta cadencia respecto a la forma de sus fondos y, por tanto, de sus rompientes (olas). Con cada marea, ola a ola, la arena del fondo se va colocando en los bancos de arena, dejando también unos surcos que aprovechará el agua para salir más cómodamente de la playa y volver al mar. Estas son nuestras queridas/odiadas corrientes, sobre las que hablaremos otro día.

El caso es que por su localización, forma, orientación y algunos otros aspectos, cada playa acaba teniendo unos fondos que la hacen comportarse de una forma concreta la mayor parte del año. Y creo que nuestro cerebro se comporta de la misma manera.

¡Apunta alto!

El problema no es apuntar muy alto y fallar. El problema es apuntar muy bajo, y acertar

Me encantan los aforismos, y este es uno de mis favoritos en cuanto a forma de vida se refiere. ¿Sabéis que en el trabajo ganamos el dinero que creemos merecer? También tenemos el puesto que queremos, y la casa, el coche… No me creéis, ¿verdad? Lo curioso es que si esto no fuera cierto, todo el mundo a mi alrededor debería estar buscando un cambio de trabajo y estudiando para adquirir o mejorar ciertas competencias hasta alcanzar esos objetivos. Una vez alcanzados pararían, así que si la mayoría de personas están ya paradas debe ser que han encontrado sus objetivos… ¿no?

Lo sé, es duro y no lo vamos a asumir. Buscaremos excusas que justifiquen nuestro comportamiento y nuestros resultados. Es imposible ganar X, muy pocos llegan a ser Y, esa casa es solo para los ricos, hago todo lo que puedo… Pero entonces, ¿qué pasa con los que si llegan? ¿quiénes son? No voy a decir que no existan diferencias en función de nuestros orígenes, pero al margen de la dificultad, los que llegan son los que luchan. ¡Los que no abandonan nunca! El problema es que queremos los resultados sin andar el camino. Queremos sacar fotos del amanecer sin madrugar. Queremos saber pero no queremos aprender, y eso se cae por su propio peso.

Visión ciega, fíate de la intuición!

La neurocientífica Beatrice de Gelder, cuyas investigaciones se centran en una patología llamada ceguera cortical o visión ciega, realizó un experimento bastante curioso para demostrar que podemos fiarnos de la intuición.

Las personas que sufren esta patología tienen ojos perfectamente funcionales pero tienen dañada la corteza visual, que es la región del cerebro encargada de procesar las imágenes que entran por los ojos. Los motivos de dicho daño suelen ser ictus, infartos o infecciones graves. La consecuencia de esta patología es una pérdida de visión total o parcial, pero los ojos siguen enviando información al cerebro y parte de dicha información es procesada a través de otras rutas.

Para demostrar que las personas con visión ciega pueden fiarse de la intuición pidió a un paciente con pérdida de visión total que atravesara un largo pasillo lleno de trastos, sillas, cajas y otros bultos. Tanto a la ida como a la vuelta, a pesar de no poder ver absolutamente nada (al menos de forma consciente), consiguió esquivar todos los obstáculos sin ningún problema.

Cambiar el cerebro para cambiar el mundo

Hasta finales del siglo pasado (1999) la neurociencia pensaba que, una vez alcanza la edad adulta, el cerebro era inalterable. Ni nacían nuevas neuronas ni podían modificarse las funciones de sus estructuras. ¡Menudo plan! Por suerte a día de hoy sabemos que eso es mentira, y tanto neurogénesis como neuroplasticidad (nacimiento de nuevas neuronas y establecimiento de nuevas conexiones) son una realidad demostrada incluso en la edad adulta. Esto significa que podemos aprender cosas nuevas y que podemos cambiar nuestra forma de pensar. Solo hay un problema en todo esto, y es que para un adulto, cambiar su manera de pensar implica aceptar que estaba equivocado, y eso no sucede con demasiada frecuencia. Para aprender tenemos que estar dispuestos a cambiar de opinión. El cerebro está cambiando constantemente, y ya va siendo hora de responsabilizarnos de dicho cambio.

Os dejo un interesantísimo vídeo de un capítulo de Redes donde Richard Davidson y Daniel Goleman, junto con la colaboración de Takao K. Hensch, Matthieu Ricard, y Tenzin Gyatso (actual Dalai Lama) nos cuentan sus descubrimientos sobre el cerebro.