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Hace unos meses recibí una llamada de María, una buena amiga y antigua compañera de trabajo.

– Dani, ¡quiero que seas mi coach! He estado echando un vistazo y he llamado a varios pero no me convence ninguno, quiero que seas tú. Empezaríamos después del verano.
– ¡Muchas gracias María! Sabes que todavía no he empezado a ejercer de coach en serio, ¿verdad? Déjame que me lo piense y te digo algo.

Aunque llevaba ya varios años haciendo «coaching» con algunas personas de mi entorno, lo pongo entre comillas porque no era nada formal. Conversaciones, consejos y alguna inyección de motivación, pero sin ningún tipo de compromiso por ninguna de las partes. Y justo en el momento que empezaba a plantearme el gran salto recibo esa llamada. No creo en señales divinas pero me fío mucho de mi intuición, y no solo tenía unas ganas terribles de empezar, si no que además «sabía» que iba a salir bien.

Hubo dos barreras que tuve que superar antes de lanzarme a la piscina. La primera no fue demasiado difícil. Llevaba muchos años formándome y poniendo en práctica dicha formación y estaba muy satisfecho con los resultados obtenidos hasta la fecha. Si, lo sé, no tengo ninguna certificación ni título ni nada que diga que soy coach (no estoy muy a favor de la titulitis), pero tengo el conocimiento y, lo que es más importante, la sensación de haber nacido para esto. Me encanta ayudar a los demás y sueño con cambiar el mundo casi a diario. Vale, había llegado el momento de superar el miedo al fracaso y empezar esta nueva partida pero, ¿con una amiga?

Si la presión y la responsabilidad de cometer un error en un tema tan delicado como las emociones ajenas no fueran suficiente tenía que añadir un extra, la segunda barrera. ¡María es mi amiga! Se supone que esto es algo que no se debe hacer por diferentes motivos (prejuicios, implicación emocional…), pero la verdad es que nunca he sido muy fan en eso de seguir las reglas. Mi reflexión fue la siguiente: si mi intención a partir de ahora es ayudar a la gente a conocerse mejor y sacarse el máximo partido a si mismos, no puedes no ayudar a María. Es tu amiga -pensé-, ¡como mínimo tienes que intentarlo! La llamé en ese mismo momento: María, ¡cuenta conmigo!

El verano pasó y por fin tuvimos la primera sesión. No habíamos hablado nada sobre sus objetivos así que después de ponernos un poco al día para evitar distracciones durante la sesión, le pregunté.

– A ver María, cuéntame. ¿En qué quieres que te ayude? ¿Cuales son tus objetivos?
Necesito cambiarme de curro en dos meses

¿Dos meses? ¿En plena crisis? ¡Toma ya! ¡A esto le llamo yo empezar a lo grande! Después de hablar un poco sobre las posibles desviaciones que podría tener su plan por motivos ajenos tanto a ella como a mi mismo y comentar un poco el funcionamiento de las sesiones nos pusimos manos a la obra. Ella tenía que cambiar de trabajo en dos meses y yo tenía que conseguir que lo hiciera. Todo lo demás sobraba.

Lo primero que necesitábamos era un poco de motivación. Los grandes cambios dan vértigo, y ese vértigo nos paraliza. Tendemos a pensar que si sale mal toda nuestra vida se desmoronará y no habrá segundas oportunidades. Pero aunque la motivación por si sola nos hace sentir bien, no sirve de nada. Necesitábamos objetivos, pero objetivos pequeños. Objetivos en los que sabíamos que no podíamos fallar y que nos acercarían a nuestro objetivo final, y así lo hicimos.

Empezamos por su marca personal, ¿quién es María? Cuando te propones cambiar de trabajo necesitas tener muy claro quién eres porque no solo vas a tener que venderte, si no que además, en función de lo que creas que eres, te venderás mejor o peor. Lo siguiente, obviamente, era empezar a contárselo al mundo. Si quieres cambiarte de trabajo tiene que enterarse todo el mundo. No os imagináis la cantidad de oportunidades que se pierden por esto. Después de un par de sesiones la maquinaria estaba en marcha y María estaba motivadísima. Todavía era pronto para tener resultados pero el mero hecho de pasar a la acción e ir dando pequeños pasitos generaba confianza y la animaba a seguir. Me lo pusiste muy fácil amiga, ¡muchas gracias!

Tuvimos alguna sesión más donde eliminamos algunos bloqueos emocionales y mejoramos algunas competencias sociales y de repente, después de la quinta sesión, María me llama para decirme que le han hecho una oferta de trabajo muy interesante. ¡Siiiiiiiii! No os podéis imaginar la alegría que sentí al escucharlo. ¡Había funcionado! Tuvimos otra sesión para hablar sobre esto ya que no podíamos cegarnos por esta oportunidad y tomar una mala decisión. Las cosas funcionaban, teníamos una oferta, pero ahora había que decidir si era la oferta adecuada y seguir trabajando para el futuro. La mayoría de cambios que habíamos conseguido no eran algo temporal, si no que queríamos que persistieran en su día a día.

Al final hubo suerte y la verdad es que era una oportunidad increíble que María ya ha empezado a disfrutar. Hace una semana que María se ha incorporado a su nuevo puesto. Un puesto acorde con sus expectativas tanto actuales como de proyección. Y estoy seguro que ambos, tanto la empresa como ella, saldrán ganando. Siempre hay que tener una estrategia win2win en mente cuando se trata de colaboraciones y un trabajo, contratos al margen, es una colaboración.

¡ENHORABUENA MARÍA!

Muchas gracias por confiar en mí. Seguiremos trabajando juntos todo el tiempo que quieras, porque esto no ha hecho más que empezar ;)

P.D. Para terminar os dejo una pequeña reflexión que lejos de ser bonita, es muy cierta. Como le dije en varias ocasiones a María cuando ella me contaba, sorprendida, los logros que iba consiguiendo.

Cuando haces cosas, pasan cosas.