Queridas opiniones
Dicen que la verdad duele, pero se les olvida decir que duele sólo cuando esa supuesta verdad choca con la nuestra intentando llevársela por delante. Si la supuesta verdad coincide con nuestra forma de ver el mundo entonces, lejos de hacernos daño, nos arrancará una sonrisa y nos hará sentir bien. El dolor no tiene nada que ver con la veracidad de las cosas, si no que más bien depende de lo alineadas que estén dichas cosas con nuestros principios, con nuestra forma de ver el mundo. En definitiva, con nuestros pensamientos.
Este fin de semana pude comprobar todo esto una vez más. Fuimos a comer a un restaurante y la verdad es que salimos bastante decepcionados. No quiero entrar en detalles pero al terminar, cuando el camarero que nos atendía vio que pedíamos la cuenta sin pedir postres ni café (habíamos decidido hacerlo en otro sitio), nos preguntó si habíamos comido bien. La respuesta fue un amable silencio que terminó con un «…pues la verdad es que no».
Nos pidió que le dijéramos los motivos porque así podrían mejorar y aprender, y así lo hicimos. Y empezó la confrontación. Yo ya me la esperaba ya que, obviamente, estábamos «atacando» sus principios y estaba seguro que nuestra verdad iba a diferir de la suya. En el mismo momento en que las opiniones se enfrentaron pude ver una vez más como se desvanecía el «quiero aprender» y salía a flote el «necesito defenderme».
Después de enumerar algunas cosas que no nos habían gustado, como por ejemplo que el restaurante fuera un asador y toda la comida de asador estuviera fuera de carta, que no tuvieran agua fría, que llegaran los segundos antes de servirnos todos los primeros (que tuvimos que cancelar), que la carne estuviera seca y un par de cosas más, la respuesta del camarero tardó menos de un segundo en aparecer y fue la siguiente: -pues yo no veo nada en los platos, tan malo no estaría si no han dejado nada-