No hay balas de plata. No hay cosas mágicas que hagan que tu vida cambie por completo del día a la mañana. Aunque muchos libros de autoayuda digan lo contrario (todos parecen tener la fórmula de la felicidad y del éxito), es la suma de muchos pequeños cambios, de muchas pequeñas cosas, las que pueden hacer que tu vida sufra una verdadera transformación si sabes esperar el tiempo suficiente. Y una de esas pequeñas cosas es la sonrisa.
¿Te has fijado alguna vez en tu cuerpo cuando estás triste?. Lo más seguro es que no estés sonriendo y sacando pecho. Lo más normal es que tu cara esté apagada y tu cuerpo un poco encorvado, como encerrado en ti mismo a modo de protección. Y es que las emociones afectan a nuestro lenguaje corporal. Recuerda la última vez que algo te salió muy bien, algo muy difícil que llevabas mucho tiempo persiguiendo y que al final conseguiste alcanzar. Tu cuerpo derrochaba euforia, ¿verdad?. Incluso puede que dieras un salto o levantaras los brazos en posición de victoria. O quizá dieras un pequeño grito mientras apretabas los puños y sonreías. ¡Toma ya!.
Lo mejor de todo es que la ciencia ha empezado a demostrar que este vínculo entre las emociones y el cuerpo no solo es real, si no que es bidireccional. Y es que así como nuestras emociones pueden afectar a nuestro cuerpo, nuestro lenguaje corporal también puede afectar a nuestras emociones. ¿Quieres comprobarlo?. Quiero que durante los siguientes 30 segundos no dejes de sonreír. Puedes pensar en cosas bonitas si eso te ayuda. Una vez pasados los 30 segundos quiero que, sin dejar de sonreír, intentes pensar en cosas tristes. No puedes, ¿verdad?. O si lo consigues estoy seguro que será una tristeza de muy baja intensidad. Estamos sonriendo, y nuestro cerebro no sabe pensar en cosas tristes mientras sonreímos. Podríamos llegar a enseñarle, pero yo creo que en este caso es mejor utilizarlo así, tal y como viene de serie, ya que podemos sacarle mucho partido. La próxima vez que estés jodido intenta sonreír. Llama a un amigo, ponte una peli de risas o intenta recordar momentos bonitos de tu vida que te hicieron sonreír. Aunque no te salga. Tienes que forzarlo. Al principio es difícil, pero si lo consigues verás como poco a poco te empieza a costar menos y empiezas a sentir alivio.
La sonrisa es uno de mis superpoderes favoritos. Al igual que las palabras, no solo sirve para cambiar nuestro estado ánimo, si no que también podemos cambiar el estado de ánimo de los demás. La próxima vez que salgas a dar un paseo quiero que observes las caras de la gente con la que te cruzas. Fíjate bien en cada uno de ellos e intenta percibir como se te pegan un poco sus emociones. Si ves a alguien con cara de preocupación te sentirás un poco preocupado, si ves a alguien sonriendo es posible que tú sonrías también. Después del paseo quiero que pienses un momento en que si todo esto que te estoy contando es cierto (y por eso quiero que lo compruebes en primera persona), tienes un superpoder muy fuerte que te permitirá no solo ser más feliz, si no también hacer más felices a los demás. Hazlo. Sal a la calle y sonríe. Sonríe a tu panadero, a tus compañeros de trabajo, a un desconocido con el que cruces la mirada por azar en el metro o al salir de una tienda. Sonríe siempre que puedas a todo el que puedas. Verás como te devuelven muchas de esas sonrisas y, además, te sentirás muy bien.
Vale, ya lo sé. No siempre tienes ganas de sonreír. Yo tampoco. Ni nadie. Pero a veces tenemos que sonreír aunque no tengamos ganas. Déjame que te cuente una historia de uno de mis escritores españoles favoritos, el gran Doctor Mario Alonso Puig. Antes de dedicarse a la neurociencia, motivación, gestión del talento y similares (áreas en las que en la actualidad es un gran experto y divulgador, y personalmente he aprendido muchas cosas gracias a él), Mario atendía a pacientes en su consulta. Un día recibió a una señora, desesperada, que llegó a su consulta con una tonelada de pruebas sobre el estómago para ver si esta vez tenía más suerte y el Doctor podía ayudarla. Había pasado por muchos especialistas y la habían hecho mil pruebas pero nadie veía nada. El Doctor se puso a revisar las pruebas a conciencia para intentar ver algo anormal, pero todo estaba aparentemente bien. Y las dosis de medicamentos que estaba recibiendo la paciente en aquel momento ya estaba a dosis máxima. El Doctor, sabiendo que poco podría hacer repitiendo dichas pruebas y no pudiendo utilizar más pastillas, decidió investigar un poco sobre la paciente y le preguntó qué tal le iba su vida.
– ¿Te sientes bien?. ¿Hay algo en tu vida que te haga sentir mal o te incomode? -. La paciente dudó un momento pero en seguida respondió: si, hay algo doctor. Mi jefe. El Doctor entonces lo vio claro. Tienes que hacer lo que sea para mejorar tu relación con tu jefe, le dijo. Es que me cae mal, respondió ella. – ¡Pues miéntele! -.
Al final la convenció y quedaron en volver a verse pasadas unas semanas. Y así sucedió. La paciente volvió a la consulta y aunque al principio el Doctor no la recordaba pronto le vino la historia a la cabeza. Doctor, dijo ella, tengo que contarle una cosa. Es increíble. Ha dejado de dolerme el estómago. Al principio no fue fácil, pero hice lo que usted me dijo y empecé a sonreír a mi jefe, a llevarme bien con él. Poco a poco empecé a entender que el también tenía sus problemas y que quizá por eso estuviera siempre de mal humor. No tenía nada contra mi. Y también empecé a sonreír al resto de mis compañeros, y como me encontraba mejor dejé de tomar los medicamentos para el estómago, que la verdad sea dicha no me sentaban demasiado bien. Y cada día que pasaba me encontraba mejor. Muchísimas gracias Doctor, no se puede imaginar el peso que me ha quitado de encima. Por cierto, mis compañeros me preguntaron, extrañados por mi gran cambio, qué cómo lo había hecho, cómo había conseguido cambiar tanto. Les conté su historia y, prepárese, porque ¡van a venir todos a visitarle!.
Tenemos que sonreír más, aunque sea sin ganas. Porque sonreír puede ser un reflejo de cómo nos sentimos, pero también puede ser una promesa de cómo queremos vivir. Una actitud. Una apuesta de vida. Tenemos que llorar cuando sea necesario, no podemos huir de lo que algunos llaman emociones negativas (yo prefiero decir que son emociones que nos hacen sentir mal). Pero lo que no podemos hacer es quedarnos a vivir en ellas regodeándonos en nuestra propia infelicidad y convirtiéndonos poco a poco en mártires. Llora cuando sea necesario, desahógate, y después, aunque te cueste un poquito, empieza a sonreír. Siempre hay algún motivo para hacerlo. Al menos mientras estemos vivos.