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Si lo haces, ¡hazlo con ganas!

Si lo haces, ¡hazlo con ganas!

Creo que una de las cosas que tienen en común la mayoría de las personas a las que admiro y de las que intento aprender es la pasión. Incluso me atrevería a decir que más allá de la pasión, son las ganas. Y es que sea lo que sea lo siguiente que vayas a hacer, las ganas con que lo hagas determinarán en gran medida el resultado que obtengas.

Con esto no quiero decir que sólo con hacer las cosas con ganas te saldrá siempre todo bien. Nada más lejos de la realidad. Sin embargo la actitud es precursora de la aptitud, ya que por mucho que tengas alguna suerte de talento innato, este deberá ser desarrollado para poder alcanzar su nivel máximo de brillantez. Creo firmemente que la mediocridad no se alimenta de falta de talento, si no de falta de ganas.

Este es un comportamiento que llevo observando durante muchos años (en primera, por suerte cada día un poco menos, y en tercera persona), especialmente en el mundo laboral. Cualquier excusa es buena: no me pagan lo suficiente, no se me valora, me siento estancado… Ciertamente son situaciones que no sólo son reales, si no que además no se me ocurre nada más desmotivador. Sin embargo son situaciones que escapan a nuestro control, y por tanto no podemos permitir que sean ellas las que dirijan nuestros actos.

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¿Estás perdido? ¡Muévete!

¿Estás perdido? ¡Muévete!

Hace ya un tiempo que se me pasó esta reflexión por la cabeza. Concretamente un día que iba a comprar dando un paseo. -Aunque lleve ya varios años viviendo en el mismo pueblo no sé ir directo a algunos sitios. Sin embargo al final, dando algún que otro rodeo, siempre llego a mi destino-. Llevaba ya un rato caminando y pensando en mis cosas cuando de repente me di cuenta que no tenía ni idea de dónde estaba, ni hacia dónde tenía que ir. Ni siquiera de forma aproximada.

En ese momento me dio por pensar en cuál sería la mejor solución posible para una situación así, y aunque no encontré respuesta si que lo hice a otra pregunta: ¿cuál sería la peor opción? Sin duda quedarme quieto. Quizá no sea tan mala opción si estamos perdidos en el campo y hay un equipo de rescate buscándonos, pero a mi nadie me buscaba ese día. Ni suele pasar tampoco cuando nos sentimos pedidos, ¿verdad?

Si no sabes qué hacer con tu vida, prueba muchas cosas. Si no sabes dónde quieres vivir, viaja. Si no sabes que hacer, ¡haz algo! ¡Lo que sea! Pero muévete, no te quedes quieto. Los equipos de rescate son para las películas y, en ocasiones, para situaciones un tanto extremas del mundo real. No hay equipos de rescate en nuestro día a día así que si no te mueves nada cambiará, y eso significa que seguirás igual de perdido.

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Mala memoria, bonita historia ;)

Mala memoria, bonita historia ;)

El cerebro es algo increíble, sin embargo dista mucho de ser perfecto. A pesar de ello solemos otorgarle un exceso de credibilidad, y aunque todavía nos queda mucho por aprender sobre su funcionamiento ya sabemos lo suficiente como para entender ciertas cosas.

Sabéis que no puedo parar de observar el comportamiento humano y por suerte o por desgracia para ellos mis amigos suelen ser «mi fuente de inspiración», y hace poco he podido vivir en primera persona una experiencia que me gustaría compartir con vosotros. Y estoy seguro que os resultará familiar.

Se trata de ver como vamos distorsionando las historias que contamos a medida que nos alejamos de lo sucedido. Cada vez que volvemos a contar una historia hacemos pequeñas modificaciones (barriendo siempre para casa) hasta que al final, aunque quede más bien poco de la historia primigenia y objetiva, nos llegamos a creer nuestra versión como si fuera eso exactamente lo que sucedió. La única verdad.

No voy a entrar en detalles pero hace poco más de dos semanas un buen amigo me contó una historia que les acababa de suceder en el trabajo. Él se acababa de enterar y como todavía no la había asimilado me la contó tal cual. Sin filtro. La historia tenía un claro conflicto entre dos partes, pero nunca se podría saber con certeza cómo había sucedido.

Como no, la historia captó mi atención y el azar hizo que pudiera presenciar cómo mi amigo le contaba la «misma» historia a otros amigos en dos o tres ocasiones. La ventaja es que yo, como observador no implicado emocionalmente en el conflicto, tenía la primera versión de la historia intacta en mi cabeza (o eso creo, claro, jejeje).

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Seamos amables

Seamos amables

Amable es una palabra preciosa, sin embargo creo que ha sido injustamente empobrecida en su uso cotidiano. Veamos que opina la RAE de esto:

amable.

(Del lat. amabĭlis).

1. adj. Digno de ser amado.
2. adj. Afable, complaciente, afectuoso.

Como decía, creo que utilizamos más a menudo la segunda acepción de la palabra. Y no está nada mal, pero el motivo por el que empezaba diciendo que amable es una palabra preciosa es la primera acepción: digno de ser amado. Nadie en su sano juicio querría no ser amado, y por tanto nadie en su sano juicio puede querer no ser amable. El problema lo encontramos entonces a la hora de poner esto en práctica.

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¿Mejora contínua? ¡Si! Pero…

¿Mejora contínua? ¡Si! Pero…

Seguro que muchos os sentís reflejados con la siguiente situación: se te ocurre una idea, le das un par de vueltas y te pones manos a la obra. Al rato de empezar se te ocurre una mejora para la parte que estás desarrollando pero todavía quedan muchas más partes por hacer. ¿Sigo? ¿Mejoro lo que ya tengo?

Tanto en el trabajo como en la parte personal de nuestras vidas he observado (y durante mucho tiempo vivido en primera persona) una cierta tendencia hacía la segunda opción, aunque a día de hoy soy más bien defensor de la primera. Creo que mejorar algo aunque todavía no esté terminado nos lleva en muchas ocasiones a cometer errores.

Imaginemos una situación realista aunque simplificada. Se nos ocurre una idea y vemos que podemos realizarla en 3 pasos. Empezamos con el primero y cuando lo terminamos vemos que el resultado no es como habíamos imaginado, y se nos ocurre una forma de mejorarlo. A primera vista parece que no debería llevarnos demasiado tiempo hacerlo así que nos ponemos manos a la obra.

Nos encontramos un par de problemas por el camino y al final tardamos un poco más de lo que habíamos estimado pero el resultado es algo mejor que la primera versión así que lo justificamos y seguimos adelante.

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El mar y el cerebro

El mar y el cerebro

Quizá porque se acerca el verano, o simplemente porque lleva ya demasiado tiempo en mi cabeza, pero hoy voy a hablaros de surf. Bueno, no exactamente. Más bien de un pequeño símil que se me ocurrió una de las incontables veces que me he quedado absorto mirando al mar, disfrutándolo e intentando comprenderlo mejor para poder sacarle el máximo partido. Más o menos lo mismo que suelo hacer con nuestro querido cerebro, el otro personaje de este pequeño paralelismo.

Las playas tienen cierta cadencia respecto a la forma de sus fondos y, por tanto, de sus rompientes (olas). Con cada marea, ola a ola, la arena del fondo se va colocando en los bancos de arena, dejando también unos surcos que aprovechará el agua para salir más cómodamente de la playa y volver al mar. Estas son nuestras queridas/odiadas corrientes, sobre las que hablaremos otro día.

El caso es que por su localización, forma, orientación y algunos otros aspectos, cada playa acaba teniendo unos fondos que la hacen comportarse de una forma concreta la mayor parte del año. Y creo que nuestro cerebro se comporta de la misma manera.

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Exámenes… ¡a por ellos!

Exámenes… ¡a por ellos!

Hace pocos días hablaba con Lucía -la hija de 13 años de unos buenos amigos- sobre los exámenes y los nervios que la provocaban. Sinceramente creo que el sistema educativo actual está obsoleto y no saca a relucir el gran potencial de sus consumidores, los alumnos, pero este es otro tema. Después de una semana bastante activa y con poco tiempo para la lectura había decidido relajarme un rato en el sofá y ponerle remedio, pero a las pocas páginas se me pasó una idea por la cabeza: ¿seré capaz de escribir algo que ayude a Lucia y otros alumnos a mejorar su rendimiento en los exámenes? Aunque tenía muchas ganas de seguir leyendo interrumpí la lectura y empecé a escribir, ¡tenía que intentarlo!

Ha llegado la hora y de nada sirve lamentarse por no haber estudiado más. Se han repartido las cartas y la partida ya ha empezado. No hay más descartes. No va más. El objetivo es hacer la mejor jugada posible con las cartas que tenemos. ¿Cómo lo conseguimos? Queridos niños, adolescentes, jóvenes universitarios y demás alumnos, aquí os dejo algunos consejos ¡Espero que os sirvan!

Motivación y pensamiento positivo

Tenemos que eliminar de nuestra cabeza cualquier pensamiento negativo. Voy a suspender, tenía que haber estudiado más, esto no me lo sé… todos estos pensamientos generan estrés y reducen nuestras capacidades cognitivas. Dicho de otra forma, nos hacen más tontos. Ha llegado el momento de asumir nuestra situación y sacarle el máximo partido, sea cual sea. Ya habrá tiempo para aprender a tener mejores cartas en la próxima partida.

Sonríe, salta, baila, confía en ti mismo, imagínate siendo capaz de hacerlo, piensa en cosas bonitas, dale un abrazo a un compañero que esté más nervioso que tú, aprieta fuerte los puños y levántalos como si acabaras de ganar una carrera, repítete una y mil veces que vas a hacerlo lo mejor que puedas, que estás preparado para sacar lo mejor de ti y visualiza el resultado que quieres obtener.

Los pensamientos positivos nos hacen más listos, así que si es necesario puedes hasta autoengañarte. Si si, eso que te dicen siempre de «no te engañes a ti mismo» está bien para otras situaciones, pero ahora no. No importa si es verdad o mentira, lo que importa es que llenes tu cabeza de pensamientos positivos para poner al cerebro en modo superhéroe.

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¡No te engañes!

¡No te engañes!

Espera un momento, ¿por qué no? Vale, si, se supone que engañar no está bien. No debemos mentir ni a los demás ni a nosotros mismos pero, ¿es tan malo el engaño? Personalmente quería profundizar un poco en la materia y por eso los dos últimos libros que han pasado por mis manos han sido «Por qué mentimos, en especial a nosotros mismos» de Dan Ariely y «El punto ciego» de Daniel Goleman. Dos puntos de vista diferentes sobre un mismo tema de los que saco una conclusión sencilla y quizá algo incómoda: ¡todos mentimos! Aunque tampoco estoy diciendo nada nuevo, ¿verdad? ;)

¿Por qué lo hacemos? A estas alturas del juego nadie debería sorprenderse si digo que el engaño es, como casi todo lo que hace el cerebro, una herramienta de supervivencia. Distorsionamos la realidad (y lo hacemos directamente a nivel inconsciente) para evitar el dolor, para evitar cualquier cosa que pueda generarnos ansiedad. Y en este proceso tienen mucho que ver las endorfinas, que mitigan el dolor pero reducen la capacidad de atención, y la ACTH (hormona adenocorticotrópica) que tiene un efecto radicalmente opuesto (ambas sustancias se liberan al inicio de cualquier situación estresante). La atención y el dolor están relacionados químicamente. A menos atención, menos dolor. Y por este motivo el cerebro desvía nuestra atención lejos de lo que nos produce dolor.

En un mundo perfecto esta última afirmación no sería muy bien recibida. En el mundo real sin engaño (incluido el autoengaño) la vida sería mucho más difícil. Tanto a nivel personal como a nivel social (trabajo, familia, amigos…). ¿Os imagináis como sería un día en el trabajo si todo el mundo fuese sincero al 100%? ¿Si no pudiéramos darnos esos mensajes de ánimo a nosotros mismos cuando las cosas se ponen feas? Nuestro día a día estaría lleno de conflictos y tendríamos muchos más miedos. Vivir sería aterrador, y agotador.

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¡Atrévete!

¡Atrévete!

Tenemos que atrevernos más. Tenemos que enamorarnos de la incertidumbre y casarnos con la confianza. El objetivo del ser humano como especie es la supervivencia, pero como individuos de una sociedad avanzada como la nuestra tenemos otros objetivos muy diferentes. Busca lo que de sentido a tu vida y agárrate a ello como si de tu vida misma se tratase. Al fin y al cabo, al menos en teoría, solo se vive una vez. ¡Atrévete!
Atrévete a intentarlo.
Si quieres algo tienes que atreverte. Perdemos oportunidades a diario por no atrevernos, pero nuestro cerebro es tan «listo» que ha aprendido a defenderse de la ansiedad que puede generar una afirmación así distorsionando la realidad y/o desviando nuestra atención hacía sitios «menos dañinos». No vemos lo que nos hace daño hasta que resulta demasiado evidente, un mecanismo de defensa cortoplacista más que no está adaptado todavía al ritmo de vida actual. A todos se nos pasan millones de ideas por la cabeza pero pocas veces conseguimos reunir las fuerzas necesarias para ponerlas en marcha. ¿Cuál es el motivo?

Atrévete a fallar.
Todos lo hacemos, todos fallamos en incontables ocasiones. Y aunque muy pocos de esos «errores» sean realmente críticos, la trascendencia que les otorgamos cuando todavía no han sucedido es tan grande que casi siempre nos paraliza. Fallar es bueno, y si bien no es necesario desde un punto de vista meramente teórico, es evidentemente real en lo práctico. Deja de ver los fallos como algo malo y empieza a verlos como una ayuda para conseguir lo que te propongas. Atrévete, equivócate, y disfruta haciéndolo. Pero para hacer realidad un sueño hace falta algo más.

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Motivación y madurez

Motivación y madurez

Mientras leía hace ya unos meses Los Secretos de la Motivación, de José Antonio Marina (uno de mis últimos descubrimientos y que ha pasado a formar parte de mis autores españoles favoritos), se me pasó en más de una ocasión por la cabeza la idea de que la motivación tiene diferentes grados de madurez. Si no recuerdo mal en el libro José Antonio hablaba de cuatro tipos de motivación, y mirando un poco hacia mis adentros descubrí la siguiente correlación. Ya me contaréis si os encaja ;)

La motivación hedonista. El placer. Todos conocemos este tipo de motivación, y creo sin duda que es la más fácil y temprana de todas. Es fácil tener ganas de hacer algo cuando ese algo nos retorna placer de forma inmediata. Un tipo de motivación muy potente, pero también muy peligrosa para el ser humano del siglo XXI, ya que es demasiado cortoplacista y como hemos hablado en más de una ocasión, las reglas del juego han cambiado.
El ser social. La fama, el reconocimiento. Manadas, tribus, sociedades… está claro que somos seres sociales, y a medida que vamos madurando empezamos a sentir la necesidad de posicionarnos dentro de nuestro grupo, y nace entonces este segundo tipo de motivación: el reconocimiento social. Queremos que los demás reconozcan nuestra valía y eso nos motiva para desarrollar todo nuestro potencial, aunque en ocasiones también puede hacernos actuar de forma equivocada. Otro día hablamos sobre esta necesidad de apariencia en la que algunos se quedan anclados de por vida.

Sentirse capaz, sentirse útil. Si seguimos en la escala de maduración nos encontramos con este tercer tipo de motivación. Ya hemos aprendido que en ocasiones nuestros actos no pueden ser guiados solo por el placer, y hemos empezado a desarrollarnos para posicionarnos en nuestro grupo. Pero queremos más. Sentimos que falta algo. Necesitamos sentirnos capaces y sentirnos útiles. La sensación de autosuperación, de estar aportando algo al mundo, empieza a ser para algunos un buen arma para mantener la motivación necesaria para realizar algunas tareas, como por ejemplo la formación contínua de toda una vida. Por desgracia no todo el mundo alcanza este tercer nivel.

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