Quizá porque se acerca el verano, o simplemente porque lleva ya demasiado tiempo en mi cabeza, pero hoy voy a hablaros de surf. Bueno, no exactamente. Más bien de un pequeño símil que se me ocurrió una de las incontables veces que me he quedado absorto mirando al mar, disfrutándolo e intentando comprenderlo mejor para poder sacarle el máximo partido. Más o menos lo mismo que suelo hacer con nuestro querido cerebro, el otro personaje de este pequeño paralelismo.
Las playas tienen cierta cadencia respecto a la forma de sus fondos y, por tanto, de sus rompientes (olas). Con cada marea, ola a ola, la arena del fondo se va colocando en los bancos de arena, dejando también unos surcos que aprovechará el agua para salir más cómodamente de la playa y volver al mar. Estas son nuestras queridas/odiadas corrientes, sobre las que hablaremos otro día.
El caso es que por su localización, forma, orientación y algunos otros aspectos, cada playa acaba teniendo unos fondos que la hacen comportarse de una forma concreta la mayor parte del año. Y creo que nuestro cerebro se comporta de la misma manera.
Con cada decisión que tomamos (o decidimos no tomar), con cada acto que realizamos (ya sea consciente o inconscientemente), con cada pensamiento que tenemos, vamos dando forma a los «fondos» de la playa de nuestro cerebro y por tanto vamos generando, al igual que el mar, una cierta cadencia. Tenemos patrones de pensamiento bastante fuertes y reaccionamos de forma casi instantánea a la mayoría de cambios que suceden en nuestro entorno. Hábitos y rutinas llevan las riendas de nuestra vida casi todo el tiempo (aunque por desgracia no siempre sean buenos hábitos).
Pero las playas cambian, y el cerebro también puede cambiar. Y creo que también existe cierto grado de paralelismo en cuanto a la forma de llevar a cabo dichos cambios. Las playas cambian fundamentalmente por dos motivos: un buen maretón (mar muy fuerte de temporales de invierno con olas de varios metros de altura) que arrasa con los fondos de la playa, o un cambio en las condiciones de la playa como puede ser la construcción de un espigón.
El primer cambio (el maretón) es rápido y fuerte. Todo cambia del día a la mañana, ni siquiera parece la misma playa. Una ruptura, un despido o la pérdida de un familiar pueden ser nuestros maretones. Sin embargo, si no sucede nada más, en la mayoría de los casos -si tenemos la paciencia suficiente- todo volverá a su cauce y recuperaremos nuestros patrones y cadencias casi intactas. El segundo tipo de cambio (los espigones) es más lento y progresivo, pero también más persistente. Puede hacer falta mucho tiempo para apreciar el cambio pero, una vez alcanzado, rara vez desaparece. Como cuando conseguimos generar con éxito un nuevo hábito.
El problema es que lo lento no llama nuestra atención porque nos encanta la inmediatez, el ya, el ahora. Y por eso nuestra atención tiende a ser captada por los maretones, contra los que por mucho que queramos, no podemos hacer nada. Están completamente fuera de nuestra zona de influencia y solo podemos aceptarlos, aunque en innumerables ocasiones nos agotemos intentando cambiarlos.
Si queremos un cambio persistente no podemos centrarnos en los maretones. Vendrán, y nos ayudarán en ocasiones. En otras nos joderán la vida. Pero nosotros tenemos que tener siempre el foco en los otros cambios, en los espigones. Algo en lo que si podemos influir, aunque sea a un ritmo mucho más lento del que nos gustaría. Eso si, habrá maretones, no lo olvides nunca y así no te sorprenderán tanto cuando lleguen y te robaran menos atención ;)