Tenemos muchos superpoderes al alcance de la mano pero ni siquiera nos damos cuenta de ello, y las palabras son un claro ejemplo. Las palabras son un superpoder, un superpoder muy fuerte. Diría que casi invencible. Aunque también es un superpoder difícil de controlar, y mal utilizado puede convertirse en nuestra peor pesadilla.
¿Qué son para ti las palabras?. Probablemente pienses (y no serás el único) que son una simple herramienta que nos permite comunicarnos. Y si, es cierto. Pero las palabras van mucho más lejos. No solo nos permiten comunicarnos, también nos permiten pensar. Hablar con nosotros mismos. Imaginar el futuro, planificar cosas, recordar el pasado. Nos permiten atrevernos y también nos paralizan. Las palabras dirigen en cierto modo nuestra vida, y creo sinceramente que nos les damos la importacia que se merecen.
Me gustaría que dejaras de leer un momento cuando termines este párrafo y te pusieras a pensar en «cosas malas». Puedes buscar en tu memoria algún suceso traumático, o pensar en lo injusto que es el mundo para los menos pudientes. Piensa en guerras, en muertes injustificables, en vidas rotas. Piensa en divorcios, en amores no correspondidos. Piensa en pobreza y en exclavitud. Piensa en lo que quieras, pero solo «cosas malas». Cierra los ojos y concéntrate en ese tipo de pensamientos durante 5 minutos, y después sigue leyendo.
¿Cómo te sientes?. Te sientes mal, ¿verdad?. Si lo has hecho bien y de verdad te has concentrado en este tipo de pensamientos seguro que has notado un cambio en tu estado de ánimo. Tienes menos energía y te apetece menos hacer cosas. Estás más triste, apagado, incluso cabreado. Es normal, y te pido perdón por ello. A nadie le gusta sentirse así, y a mi no me gusta provocarlo. Pero tenía que hacerlo.
Y ahora quiero que leas despacio la siguiente lista de palabras y te pares a pensar un poco en cada una de ellas: amor, gratitud, agradecimiento, cariño, abrazo, sonrisa, alegría, pasión, superación, motivación, fiesta, juego, diversión, placer, ocio, relajación, complicidad, cercanía, seguridad, estabilidad, felicidad. Vuelve a leerlas todas un par de veces más para asegurarnos. Pero despacito, parándote un rato en cada una de ellas intentando sentirlas.
¿Cómo te sientes ahora?. ¿Te sientes un poco mejor?. Seguro que si. Seguro que hasta has sonreido mientras leias todas estas palabras tan bonitas. Las palabras están cargadas de emoción. Si entramos en una habitación llena de gente y escuchamos a dos personas hablando sobre la muerte de un tercero por un fatal accidente de coche nos pondremos tristes aunque no les conozcamos de nada. Si por el contrario escuchamos a dos personas hablando de lo mucho que quieren a su hijo y del buen trabajo que está haciendo en el colegio no podremos evitar sonreir. Las palabras no solo están cargadas de emociones, si no que son capaces de provocarlas. Y por eso mismo son un superpoder muy fuerte. Y por la misma razón, un arma de doble filo con la que debemos tener muchísimo cuidado. Las palabras, mal elegidas, pueden llegar a jodernos la vida. Mucho.
Hay varios estudios que demuestran que las palabras que utilizamos influyen directamente en nuestra bioquímica, en nuestro cerebro. Si escuchamos palabras tristes nos ponemos tristes, si utilizamos palabras alegres nos ponemos alegres. Y lo mismo sucede con el miedo, con el amor, y con muchas otras emociones. Si escuchamos la palabra muerte en seguida nos ponemos alerta. Nos incomodamos. Tenemos asociada esa palabra a situaciones que nunca resultan agradables y, cuando la escuchamos, nuestro cerebro se prepara emocionalmente para lo peor. Nos ponemos tristes sin ni siquiera pensarlo, sin darnos cuenta. Sin saber por qué.
Podemos utilizar el lenguaje para cambiar nuestras vidas. Tenemos que aprender a utilizar el lenguaje para mucho más que para comunicarnos. Tenemos que aprender a utilizar el lenguaje para darle forma a nuestras vidas. Y tenemos que mejorar, y mucho, nuestra conversación interior. ¿Te has fijado alguna vez que a la gente que no para de quejarse, no dejan de pasarle cosas feas?. Y también sucede al reves, a la gente que siempre tiene una palabra bonita, acompañada de una bonita sonrisa, las cosas les suelen ir bastante bien. El otro día un amigo me dijo algo muy bonito. Me dijo que otro amigo y yo somos las dos personas más tranquilas y felices de todos los que vienen a surfear a esta playa (escribí esto en verano en la playa de Los Quebrantos, uno de mis lugares preferidos). Dijo que siempre podíamos encontrar algo bueno a todo, que nos daba igual que lloviera o que hiciera sol, siempre estábamos contentos. «Todo está siempre bien para vosotros», dijo. Imagina mi sonrisa al escucharlo. Estaba lleno de felicidad y de agradecimiento, y eso sienta muy bien. Gracias por tan bonitas palabras amigo.
Aunque siendo sincero no creo que sea del todo cierto. No creo en el buenismo. No todo está siempre bien. A veces la vida es una mierda. Y duele. Pero si es cierto que siempre trato de buscar algo bueno pase lo que pase y, sobretodo, siempre trato de expresarme en positivo. Recuerdo que cuando entré al quirófano la primera vez, quizá fuera un delirio fruto de la fiebre pero entre con mi mejor sonrisa y dando ánimos al equipo de cirujía que me iba a operar. Había leído en algún sitio que si crees que una operación va a salir bien tenías un 3-4% más de probabilidades de que así fuera. Y eso es mucho en una operación a vida o muerte. Y aunque por supuesto todo el mérito se lo debo a mi cirujano y a su equipo, me gusta creer que yo también aporté mi granito de arena. No podía hacer más, ni debía hacer menos. Que menos que, antes de que me aplicaran la anestesia, intentar poner mi cuerpo en un estado emocional adecuado. Ya tenía bastante con la sepsis (infección en sangre), no quería además llenar mi cuerpo de cortisol, una hormona que aparece cuando nos estresamos y que en altas concentraciones puede resultar muy dañina para nuestro organismo.
No voy a engañarte, no estoy libre de malos pensamientos. También utilizo palabras negativas de vez en cuando, y le doy vueltas en la cabeza a algunas cosas utilizando un lenguaje poco adecuado. Nadie es perfecto. Pero en cuanto me doy cuenta intento cambiarlo. Y he observado que mi vida funciona mucho mejor cuando la acompaño de palabras bonitas. Soy más efectivo en el trabajo cuando pienso que si puedo que cuando pienso que no, aunque no siempre tenga razón al pensarlo. Tengo menos miedo escénico cuando antes de dar una charla no me permito pensar que yo no soy quién para estar allí hablando a tanta gente. Tan solo pienso en la bonita oportunidad que tengo delante y en mis motivos, que no son más que intentar ayudar a otras personas a ser un poco más felices, y entonces ese miedo escénico se relaja. No desaparece, pero se relaja bastante.
Creo que las palabras son mágicas, que tienen el poder para transformar el mundo. Y es un poder al alcance de todos. Hace poco escuché que las palabras son los planes que diseñamos para conseguir hacer realidad nuestros sueños. No puedo si no animarte a comprobarlo. Empieza observando cómo habla tu entorno: tu padre, tu madre, tus amigos, tu jefe, tus compañeros de trabajo, tu panadero… Y luego fíjate en cómo son sus vidas. Verás que tengo razón, que existe algún tipo de correlación. Y luego, si te atreves, empieza a observarte a ti mismo. No te juzgues, simplemente obsérvate. Fíjate en las palabras que utilizas a lo largo del día cuando estás pensando, o cuando estás hablando con un amigo, o cuando bajas a comprar el pan. ¿Te gustan las palabras que utilizas?. Seguro que puedes elegir palabras mejores, y esas nuevas palabras transformarán tu realidad.
Esto que parece una tontería es especialmente importante cuando lo aplicamos a la incertidumbre. Cuando no sabemos lo que va a suceder tenemos cierta tendencia a ponernos en lo peor. Seguro que mi pareja me engaña, voy a suspender, no creo que consiga estudiar todo esto, no voy a encontrar un trabajo nunca… podría escribir millones de ejemplos, todos ellos con algo en común: nos destrozan por dentro. Nos llenan de desánimo y nos impiden conseguir nuestros objetivos. Tenemos que aprender a adornar la incertidumbre con palabras de esperanza y de ánimo, pero sin dejarnos llevar por un optimismo irracional. Los extremos nunca suelen ser buenos. Si hay una posibilidad de que algo salga bien tenemos que pensar en ella. La forma que tenemos de expresarnos puede cambiar muchas cosas. Sé que es difícil de creer pero, creemé, nuestras palabras influyen, y mucho, en nuestros resultados. Y en nuestra vida.
Leí una vez un estudio realizado con más de 600 monjas que donaron su cerebro a la ciencia. Tuvo que ser un lujo para los investigadores ya que tenían acceso a muchísima información de una muestra con, a priori, muy pocas diferencias en cuanto a circunstancias de vida. Las monjas tenían unos hábitos de vida y de alimentación muy parecidos, y eso facilitaba el estudio de muchas cosas. A lo largo de sus vidas se les pidió a las monjas en varias ocasiones que escribieran sobre su vida: cómo se sentían, su forma de ver y de entender el mundo… Y cuando se pusieron a estudiar todos esos textos encontraron una correlación: cuantas más palabras positivas utilizaban en sus textos, más años de vida alcanzaban las monjas. Es decir, que aunque esto no pueda servir para demostrar nada de forma sólida, parece ser que podría existir una dependencia real entre las palabras que utilizamos y, entre otras muchas cosas, la longevidad. Yo estoy seguro que utilizar las palabras adecuadas no sólo hace que tu vida sea más larga, si no mejor. Y eso es lo que a mi personalmente más me importa. No es que no quiera vivir muchos años, pero lo que quiero, por encima de todo, muchos o pocos, es vivirlos bien. Siendo feliz, y haciendo felices a los que me rodean. Aportar mi granito de arena para intentar construir entre todos un mundo mejor.
La próxima vez que elijas tu ropa, tu colonia, o tu peinado antes de salir de casa, elige también tus palabras. Elije qué palabras quieres que te acompañen a lo largo del día, y no tengas miedo a utilizarlas. Cuantas más, mejor. ¡Pero elígelas bien!. Para bien y para mal, ahora ya sabes el poder que tienen