Si piensas que eres demasiado pequeño para marcar la diferencia,
intenta dormir con un mosquito en la habitación.
Me encanta este proverbio africano, y es que son los pequeños detalles los que acaban marcando la diferencia. Muchas veces pensamos que nuestros actos no son lo suficientemente trascendentales como para provocar un gran cambio, pero nos equivocamos. Voy a contaros un pequeño cuento…
Había un almacén abandonado a pocos metros del camino que comunicaba los dos pueblos más cercanos. El almacén no pertenecía a ninguno de los pueblos. Estaba en un terreno privado y había sido utilizado para diferentes ensayos en el pasado, pero llevaba ya más de seis meses sin actividad y, visto desde fuera, empezaba a notarse.
El almacén tenía varias cristaleras para iluminar bien su interior de forma natural, pero dichos cristales empezaban a estar demasiado sucios. Sin embargo, ya que nadie iba a trabajar en su interior a nadie pareció importarle. El tiempo siguió pasando y llegó un día en el que dichas cristaleras tenían tanta suciedad que parecían formar parte de los muros.
No era un camino demasiado transitado salvo por los niños, que iban y venían casi a diario buscando diferentes formas de diversión. Un día Luis, jugando con su hermano, le apostó a que no llegaba con su tirachinas al almacén. Si era capaz de darle con una piedra al almacén desde el camino, él le haría los deberes de matemáticas que ambos tenían para mañana.
Pedro, el hermano, como no podía ser de otra manera, cogió una piedra del camino y sin pensárselo dos veces armo su tirachinas y disparó. Darle con una piedra a un muro no es algo por lo que te puedan castigar, y no tener que hacer los deberes era un premio demasiado tentador. No solo llegó al almacén, sino que tuvo la mala suerte de atravesar uno de los cristales que permanecían ocultos detrás de esa gran capa de suciedad.
Al darse cuenta de lo sucedido los dos salieron corriendo para evitar que alguien les viera y les asociara con aquel estropicio. Llegaron a casa y Luis hizo los deberes de Pedro, que había roto un cristal, sí, pero también había ganado y eso había que respetarlo. A los pocos días volvieron a jugar cerca del almacén pero se dieron cuenta de que había más de un cristal roto. Los dos se prometieron que no habían sido ellos. ¿Qué había pasado?
Hasta aquel día el almacén había permanecido intacto. Sucio, pero intacto. El problema es que ese cristal roto había llamado la atención de otros transeuntes. Total, está abandonado… no pasa nada si… ¿llegaré?. Y persona a persona, piedra a piedra, fueron acabando con los cristales hasta que no quedó ni uno sin romper. Al poco tiempo la naturaleza se adueño del almacén dejándolo prácticamente inservible.
Para que las cosas no se rompan hay que cuidarlas. Para que salgan bien hay que prestarles atención y dedicarles toda la energía que necesiten. El simple hecho de limpiar la cristalera una vez al mes habría sido suficiente para que Luis y Pedro hubieran elegido otro objetivo. Algún árbol, por ejemplo. Y sin ese primer cristal roto nadie se habría atrevido a tirar su piedra.
¿Y si pensamos en nosotros mismos cómo si fuéramos ese almacén? Tenemos que cuidarnos, por dentro y por fuera, o la gente empezará a vernos como un almacén abandonado. Y a tratarnos por igual. ¡No te abandones!
Foto: Jesús Belzunce Gómez