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Cuando escuché esta historia en el VI Congreso de Mentes Brillantes organizado por El Ser Creativo me hizo reflexionar: primero por el tipo de experimento, probablemente desagradable para los amantes de los animales, y segundo porque me sentí reflejado en las conclusiones del mismo. La ponente a la que ahora robo esta pequeña historia fue Rafi Santos, escritora de Levantarse y Luchar (libro que, por fin, acabo de empezar a leer hoy mismo) y presidenta del Instituto Español de Resiliencia (entre otras muchas cosas).

Todos y cada uno de nosotros, incluso los más afortunados, atravesamos a lo largo de la vida algunos episodios traumáticos. Y es algo que no podemos evitar. Ni debemos intentarlo. Tenemos que ser conscientes de que antes o después nos vamos a caer, sí o sí, así que quizá lo más apropiado no sea intentar que esto no suceda, si no aprender a levantarnos. Repito una vez más por si alguno no lo tiene claro: no lo dudes, algún día, te caerás.

La historia tiene origen en Munich. Una empresa farmaceútica hacía experimentos con ratones, a los que provocaban estrés para desarrollar su resiliencia. El experimento consistía en introducir ratones en una cubeta llena de agua y sin salida. Los ratones se ponía a nadar dando vueltas alrededor de la cubeta en busca de esa salida inexistente. Aproximadamente en la vuelta 50 los ratones se rendían, dejaban de nadar, y se hundían.

El experimento seguía introduciendo una pequeña modificación. Cuando uno de los ratones estaba a punto de rendirse, se introdujo una pequeña ramita rugosa en la cubeta. El ratón la vio, trepó por la ramita y se salvó. Unos días más tarde (tiempo necesario para recuperarse del estrés sufrido y del agotamiento) se volvió a introducir a este mismo ratón en la cubeta pero con las condiciones iniciales del experimento: sin ramita. El pobre ratón aguantó 500 vueltas antes de rendirse. ¡500 vueltas! Haber experimentado en sus propias carnes la existencia de una salida había multiplicado por diez su resistencia.

Cuando lo escuché no pude más que abrir la boca primero, y sonreir después. No pude evitar recordar cuando hace ya más de dos años me comunicaron que tenía que someterme a una cirugía de urgencia (podéis leer más detalles aquí). Al final fueron 3 operaciones, todas a vida o muerte. Pero siempre me mostraron una salida. En ningún momento me dijeron que no hubiera solución. Lo que tenía era muy grave, la operación era muy arriesgada, pero se podía hacer. Y no se muy bien ni cómo ni por qué pero esa fue mi ramita durante los 3 meses que pasé de quirófano en quirófano y de hospital en hospital.

Siempre existe una ramita. A veces no es la ramita que nos gustaría, otras ni siquiera asumimos que la necesitemos (y por eso no la podemos ver). Pero la necesitamos. Y está ahí. Tan solo tenemos que buscarla un poco y, aunque parezca un poco fea, agarrarnos a ella con fuerza para salir. No digo que no se vaya a romper, o que no vayamos a resbalarnos a mitad de camino. Si, estas cosas pasan, la vida es así. Pero mientras seamos capaces de ver esa ramita sacaremos fuerzas de dónde sea necesario para seguir intentándolo. Creedme, somos capaces de mucho más de lo que nos imaginamos cuando vemos una salida, y de mucho menos de lo que podemos cuando pensamos que esa salida no existe. 

No digo que sea fácil, no lo es. Pero como suelo decir, difícil significa posible. Así que cuando estemos jodidos y no veamos una salida, tenemos que buscarla. Dónde y como sea. Porque solo así podremos sacar fuerzas de flaqueza y seguir luchando. Y si, merece la pena. Siempre merece la pena seguir luchando.