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No nos enseñan a pensar, nos enseñar a responder. A solucionar problemas. Bien, pero, ¿qué preguntas?, ¿qué problemas?. Veamos un ejemplo que se me quedó grabado a fuego en el cerebro la primera vez que lo escuché.

¿Cuánto son 2 más 2? Está claro que todo el mundo es capaz de responder a esta pregunta sin realizar ningún esfuerzo cognitivo. Y tiene su utilidad, no puedo negarlo. Sin embargo creo que se queda corta. Pensemos por un momento en esta otra pregunta, casi igual, pero que para mi representa muy bien como debería ser la educación. ¿Cómo podemos conseguir un 4? Podemos sumar 2 más 2, restarle 1 a 5, dividir 8 entre 2… ¡hay infinitas respuestas! Y cada cual más simple o más compleja, ya que también podríamos haber respondido raíz cuarta de 16 ó 23.477.416 entre 5.869.354. Incluso operaciones de varias lineas llenas de símbolos raros de esos que utilizan los matemáticos. Y todas y cada una de las respuestas son igual de válidas.

No hay duda que esto dificultaría muchísimo la labor de asignar una nota a un alumno mediante un examen. Sin embargo, en mi humilde opinión, creo que eso sería una ventaja. No creo en los exámenes, o al menos no creo en ellos tal y como los conocemos. No creo que debamos etiquetar la inteligencia de una persona eligiendo las preguntas que dicha persona tiene que responder. Si quieres saber cómo de inteligente es una persona no le hagas una pregunta, pídele que te la haga él a ti.

Y no solo tenemos que cambiar las preguntas que hacemos en los exámenes, eso es solo el principio. Tenemos que cambiar también  las preguntas que nos hacemos a nosotros mismos. La forma en que realizamos una pregunta condiciona el resultado de manera innegable. Vivimos en un mundo de preguntas cerradas y eso solo puede generar respuestas limitadas. Pero si ampliamos la libertad de las preguntas multiplicaremos en varios órdenes de magnitud el número de respuestas. Y estoy completamente convencido de que todas y cada una de estas nuevas respuestas tendrá alguna utilidad. Mientras tanto, seguiremos buscando respuestas clónicas que poco aportan al crecimiento y al desarrollo tanto a nivel personal como a nivel social.

Te invito a que, a partir de ahora, juegues de vez en cuando a cambiar las preguntas. Por ejemplo, cuando planifiques tu próximo viaje no te preguntes cuál es la ruta más rápida. Pregúntate cuál sería la más bonita. Disfrútala ;)